Enrique Lihn
Una rosa perenne para todo el futuro
Esa que dio esa que diste esa, que será
quitada esa parte rozada manera de perfilar
los filos, de rozar la sustancia o la figura
ese modo de cruzar acera y viento perfil y
plano pérdida y ganancia. El mar será esa
misma cosa que cambia todo el tiempo las
líneas y las sombras, será esa cosa antigua
que ruge y que se traga y da y que revuelve
y vuelve a lamer la arena, a hacerse manso.
Y volverá el recuerdo el mar lamido la espalda
que se aleja. Volverá con los hombres vistos así,
en irse, en esa posición de la partida, la pierna en
red envuelta como un sargo, la piel en rombos negros.
Dividida. La minucia del pelo desprendido del hombro
desbrozado en el panal de mí, así marcha la oscura
gema del deseo, la líquida marea. El vilo al borde del
abismo que en la boca se agita. Volver a la llanura
con la rosa de trapo con la gota de plástico quemada.
Volver con esas piedras facetadas con la princesa
dentro volver en lo que fuiste en lo que era, en mí,
en la vida que había, en lo que la celda atrapa, celda:
oigo el rumor del mar oigo la muda turbulencia inmensa ,
oigo esa turba que desprendida empieza a arder. No
he comido carne de ruiseñor y no he tenido esa afición
extraña por la carne del pájaro, aunque tengo esta del
insomnio y he bebido, también, en el tazón de fierro.
Tampoco sobrevivo a esta locura, pajarillo, y me desvelo,
con la carne rojiza, con esa percusión de un mundo mudo.
Y es cierto, maravilla pajarillo, este amor, esta locura del
muerto en la tinaja, maravilla el rumor –estruendo
mudo- maravilla que pueda escuchar – virtuosa- el
aleteo, atándose a la noche.
Sílvia Guerra
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